1.9.13

Messieurs, Mesdames, c'est la Ville Savoie

Cuando en 1929 Le Corbusier terminaba la Ville Savoie, veía perfectamente materializada su concepción sobre la nueva Arquitectura y los cinco puntos: terraza jardín, pilotis, planta baja libre, fachada libre y ventanas alargadas. Su manera de comparar a la Arquitectura con la máquina (además de su fanatismo por los autos) lo llevan a crear en sus viviendas verdaderas "máquinas de vivir". En esta grandilocuente casa en las afueras de París llevó su expresión al máximo para convertirla en uno de los paradigmas de la Arquitectura Moderna.


Desde el acceso principal la casa se esconde entre la vegetación circundante. Poco a poco se manifiesta, blaca y pura entre la naturaleza, resaltando enseguida sobre el entorno. El sol ilumina y refleja su luz en toda la planta alta, destacándola y elevándola por sobre todo el verde, imponiéndose deliberadamente ante una arboleda majestuosa. La oscuridad de la planta baja, sumada a la poca presencia estructural en las fachadas, logra una sensación atectónica completa y verdaderamente única para aquella época en donde la Arquitectura Moderna hacía sus primeros grandes pasos.


Tal magestuosidad y elevación despega completamente al entorno de la vivienda. Pasa a ser así uno de los primeros grandes ejemplos de la Arquitectura Internacional, la cual puede ubicarse en cualquier lugar del mundo sin modificar su forma o su lenguaje. Sin embargo, por detrás de las concepciones ideológicas del controvertido Le Corbusier, yace una relación particular con el exterior y el parque. Desde el interior de la vivienda, específicamente desde la planta alta, el verde se hace presente en cada uno de los ambientes, siendo cúlmine la situación del living-terraza. Los contrastes de texturas y colores traen al interior el clima que predomina afuera. Sin embargo, esta interacción es pásiva, se contempla, no se toca. Cumple aquí pues una función análoga a la de una pintura, con la salvedad que aquí el cuadro modifica sus colores y estaticidad con el paso del tiempo y las estaciones.


Por fuera, el parque se inmuta y acalla frente a la presencia de semejante emperador. Sólo un pequeño banco bajo un árbol es la única evidencia de que en algún punto alguien pretendió hacer uso del verde y no sólo contemplarlo. El contacto indirecto se transforma en frío e impersonal: la casa vive por sí misma, como una gran máquina, en donde la naturaleza sólo cumple un rol secundario. El climax de esta relación conflictiva se da en la última planta, en donde muros aislados recortan el cielo aislando el entorno. Aquí Le Corbusier se ha tomado la enorme licencia de traer (y dominar) un poco de bóveda celeste. Quizás una decisión algo egocéntrica, o bien algo megalómana, pero con una brillante sensación espacial.


En el interior los ambientes son sutiles y atípicos. El espacio fluye de manera innovadora, aunque por momentos resulta confuso. Desde el punto de vista de vivir como una máquina quizás se logren efectividades sorprendentes, aunque parece quedar en el olvido el vivir confortablemente. Quizás por ello la casa haya sido habitada (y vivida maquinalmente) sólo 11 años de sus 84 de vida.


Está claro que esta casa ha sido una de las obras más influyentes en la Arquitectura del Siglo XX. Entran en juego aquí numerosas concepciones ideológicas y artísticas sobre el obrar del arquitecto y su función en la sociedad. Sin embargo, tal influencia se basa en muchos aspectos fuertes y de elocuencia tal producida por el afán de Le Corbusier de manifestar sus pensamientos físicamente. La agresividad de la imposición de sus principios logran despegar a la obra de su contacto con el usuario y la coherencia de sus condicionantes. Así, otra vivienda del autodidacta suizo queda deshabitada para transformarse en un hermoso museo de Arquitectura Moderna: de esto, no hay duda alguna.

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Fotos las fotos corresponden a la colección personal de Juan Manuel Cañonero, a excepción de la primera, cedida específicamente por Carolina María Curci para este blog. Todos los derechos reservados.

14.7.13

Bauhaus (o el fantástico mundo de Gropius)



En 1925 Walter Gropius decide trasladar la sede de la escuela Bauhaus, fundada hacía ya 6 años en la ciudad de Weimar. Aprovecha esta oportunidad para plasmar todos sus pensamientos en nuevo edificio que marcaría un hito en la historia de la Arquitectura y en los inicios del Movimiento Moderno. La primera fase de la escuela estaba terminada y sus experimentaciones de formas y diseños se encontraban listas para ser teorizadas y practicadas. Por ello, Gropius supo desde un principio que este nuevo edificio debería ser el fiel reflejo de las certezas encontradas.


Dessau, a unos 120 km de Berlin, se abre hacia la escuela que le supo incorporar un nuevo carácter urbano. El edificio que plantea Gropius se desarrolla mediante su premisa de "la forma sigue a la función" y organiza todos los elementos en espacios independientes que luego buscará unir en un solo lugar. Así aparecen volúmenes muy diferenciados pero coherentes con cada una de las funciones que se llevarán a cabo dentro de la escuela. Entre ellos, el taller principal que da hacia la actual calle Gropuisallée se lleva todas las miradas. Aquí es donde el arquitecto, por primera vez en la Arquitectura, configura un espacio continuo y abierto hacia el exterior completamente en dos de sus lados cuyo cerramiento se posa por fuera de la estructura enfatizando no sólo la continuidad horizontal sino también la vertical. Con el mismo criterio Gropius desarrolla los núcleos de escaleras y enfatiza así los accesos a la escuela. Se transforma así en un gran portal hacia la ciudad y hacia el resto del mundo.


Cada espacio toma características propias, fundadas en su génesis desde la función y así se establece un repertorio de soluciones dentro del mismo edificio. Las aulas y oficinas  pierden trasparencia y articulan ventanales medidos pero no por eso menos elocuentes. El gradiente de opacidad demuestra los valores sobre la forma y la función que pregonaba Gropius. Así también lo demuestran los dormitorios de los estudiantes donde pequeños balcones permitían un contacto mínimo pero eficiente entre ellos. Aquí se enfatiza la distinción volumétrica en donde emerge este programa distinto por sobre la distribución en horizontal de la escuela y sus dependencias.


Cuando en 1925 se termina la construcción, Gropius prepara para la inauguración un verdadero espectáculo de luces. Desde el interior,  con todas las luces de ambiente apagadas, se iluminó el edificio con grandes reflectores en movimientos que iban mostrando poco a poco todas las permeabilidades de la piel. El desconocimiento momentáneo del proyecto ponía en duda las concepciones preestablecidas de la Arquitectura y ponía a los nuevos visitantes en un gran desconcierto. Los objetivos principales de la escuela pudieron lograrse y Gropius consiguió con ella marcar una nueva tendencia clara en el diseño. Hasta tuvo el privilegio de albergar grandes profesores como Vasili Kandinsky y Paul Klee. La escuela fue cerrada por los nazis en 1933, ya en su sede de Berlín en manos de Mies Van der Rohe, otro fiel discípulo de Peter Behrens, quien supo albergar en su estudio al propio Gropios y a Le Corbusier.


Walter Gropius, al terminar la nueva sede de la Bauhaus, afirmó que un edificio se comprende realmente cuando se le da una vuelta completa, se lo recorre por todo su exterior. Quizás tratando de justificar su nueva creación o bien pretendiendo que puedan entender este nuevo paradigma, estableció un gran concepto sobre la apreciación arquitectónica. Por si no era suficiente, en la inauguración de 1925 mostró imágenes desde un helicóptero que evidenciaban, casi objetualmente, la tan vanguardista morfología.

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22.5.13

Inmersión en la Casa Batlló

Antoni Gaudí, sacando provecho de las ya proyectadas casas Amatller y Lleó Morera de Puig i Cadafalch y Domènech i Montaner respectivamente, se encamina en la remodelación de una vivienda tradicional catalana situada en la mismísima Manzana de la Discordia, conocida con ese nombre por ser el escenario físico de enfrentamiento intelectual de los tres arquitectos más famosos del modernismo. Sus ambiciones, como todo gran artista, era destacarse y así las compartía con los Batlló, que dieron rienda suelta a la creatividad de este genio de la Arquitectura. El resultado está a la vista de todos, desde 1906 en adelante.


Ya desde la calle, el Paseo de Gràcia, la avenida más espectacular de Barcelona, puede verse la magnitud de la obra de arte de Gaudí y su repercusión en la gente. Cien años más tarde sigue siendo un centro de atracción de amantes del arte o de simples transeúntes que no pueden evitar el ingreso. En mi primer día en la ciudad, no tuve otra opción que entrar. No era parte del plan, ya meditado y acomodado, pero fue imposible resistirse. Así aparece la elocuente fachada, que para algunos es la alegoría de Sant Jordi venciendo al dragón legendario, para otros es La Casa de los Bostezos o simplemente una verdadera locura conceptual. Lo cierto es que su implantación y su relación con la ciudad es magnífica. Desde las sutiles sinuosidades hasta sus alturas relativas en relación con los vecinos hacen de esta obra el estandarte de una ciudad que vive dedicada al progreso y su demostración.


El interior es aún más mágico, porque efectivamente es magia lo que uno siente al ingresar. Un estado en donde las leyes de la física dejan de existir y uno se encuentra inmerso en un mar de deleite visual y espacial. Un mar de texturas, colores, atmósferas, vida. Porque si hay algo que denota en cada rincón esta casa es la vida misma. Sin ser explícito en las formas Gaudí logra una alusión constante a seres marinos, terrestres y mitológicos. Flores, huesos, escamas. El despliegue orgánico que se muestra no sólo es alucinante, sino también coherente. Lo que a simple viste parece un catálogo desmedido de insinuaciones es un hermoso leit motiv a modo de ecosistema perfecto.


Los ambientes interiores se encuentran inundados de formas que se entrelazan sin distinguir planos verticales u horizontales. La morfología de los cerramientos se funde en matices de opacidad y transparencia que iluminan y dan vida a cada uno de los espacios, con texturas y colores plenamente medidos que generan una atmósfera de equilibrada composición arquitectónica.


El patio que vincula todas las viviendas (los Batlló sólo habitaban el piano nobile) se baña de una luz buscada al máximo, abriéndose el espacio a medida que asciende hacia ella. Las aberturas, contrariamente, se van achicando de manera tal que donde la luz es más próxima, la recepción es poca, repartiéndose así de manera prácticamente homogénea hacia las plantas más bajas, en donde las ventanas toman proporciones mayores. Para ayudar a la armonía y al equilibrio Gaudí utiliza cerámicos en degradé que se van aclarando hacia lo profundo del patio, para equilibrar aún más el baño de luz.


La terraza accesible pone en evidencia las alegorías más humanas y permite, metafóricamente claro está, "acariciar el dragón". No pierde oportunidad Gaudí para dejar una pequeña abertura para poder ver la Sagrada Familia, obra ya iniciada en aquella época, en donde el arquitecto dedicaba casi toda su atención. Un recurso similar utilizaría más adelante en la Casa Milà.


Mapping en Casa Batllò, por si las alegorías no están claras

La cercanía de esta obra de Gaudí con el concepto de obra de arte total que pregonaban por aquel entonces es realmente asombroso. Desde el más pequeño detalle hasta el más grandioso elemento se configura un relato coherente y encantador. La creatividad de este genio roza los límites de lo imposible, a tal punto que cuesta, por momentos, contener algunas lágrimas de emoción.

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