Cuando en 1929 Le Corbusier terminaba la Ville Savoie, veía perfectamente materializada su concepción sobre la nueva Arquitectura y los cinco puntos: terraza jardín, pilotis, planta baja libre, fachada libre y ventanas alargadas. Su manera de comparar a la Arquitectura con la máquina (además de su fanatismo por los autos) lo llevan a crear en sus viviendas verdaderas "máquinas de vivir". En esta grandilocuente casa en las afueras de París llevó su expresión al máximo para convertirla en uno de los paradigmas de la Arquitectura Moderna.
Desde el acceso principal la casa se esconde entre la vegetación circundante. Poco a poco se manifiesta, blaca y pura entre la naturaleza, resaltando enseguida sobre el entorno. El sol ilumina y refleja su luz en toda la planta alta, destacándola y elevándola por sobre todo el verde, imponiéndose deliberadamente ante una arboleda majestuosa. La oscuridad de la planta baja, sumada a la poca presencia estructural en las fachadas, logra una sensación atectónica completa y verdaderamente única para aquella época en donde la Arquitectura Moderna hacía sus primeros grandes pasos.
Tal magestuosidad y elevación despega completamente al entorno de la vivienda. Pasa a ser así uno de los primeros grandes ejemplos de la Arquitectura Internacional, la cual puede ubicarse en cualquier lugar del mundo sin modificar su forma o su lenguaje. Sin embargo, por detrás de las concepciones ideológicas del controvertido Le Corbusier, yace una relación particular con el exterior y el parque. Desde el interior de la vivienda, específicamente desde la planta alta, el verde se hace presente en cada uno de los ambientes, siendo cúlmine la situación del living-terraza. Los contrastes de texturas y colores traen al interior el clima que predomina afuera. Sin embargo, esta interacción es pásiva, se contempla, no se toca. Cumple aquí pues una función análoga a la de una pintura, con la salvedad que aquí el cuadro modifica sus colores y estaticidad con el paso del tiempo y las estaciones.
Por fuera, el parque se inmuta y acalla frente a la presencia de semejante emperador. Sólo un pequeño banco bajo un árbol es la única evidencia de que en algún punto alguien pretendió hacer uso del verde y no sólo contemplarlo. El contacto indirecto se transforma en frío e impersonal: la casa vive por sí misma, como una gran máquina, en donde la naturaleza sólo cumple un rol secundario. El climax de esta relación conflictiva se da en la última planta, en donde muros aislados recortan el cielo aislando el entorno. Aquí Le Corbusier se ha tomado la enorme licencia de traer (y dominar) un poco de bóveda celeste. Quizás una decisión algo egocéntrica, o bien algo megalómana, pero con una brillante sensación espacial.
En el interior los ambientes son sutiles y atípicos. El espacio fluye de manera innovadora, aunque por momentos resulta confuso. Desde el punto de vista de vivir como una máquina quizás se logren efectividades sorprendentes, aunque parece quedar en el olvido el vivir confortablemente. Quizás por ello la casa haya sido habitada (y vivida maquinalmente) sólo 11 años de sus 84 de vida.
Está claro que esta casa ha sido una de las obras más influyentes en la Arquitectura del Siglo XX. Entran en juego aquí numerosas concepciones ideológicas y artísticas sobre el obrar del arquitecto y su función en la sociedad. Sin embargo, tal influencia se basa en muchos aspectos fuertes y de elocuencia tal producida por el afán de Le Corbusier de manifestar sus pensamientos físicamente. La agresividad de la imposición de sus principios logran despegar a la obra de su contacto con el usuario y la coherencia de sus condicionantes. Así, otra vivienda del autodidacta suizo queda deshabitada para transformarse en un hermoso museo de Arquitectura Moderna: de esto, no hay duda alguna.
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Fotos las fotos corresponden a la colección personal de Juan Manuel Cañonero, a excepción de la primera, cedida específicamente por Carolina María Curci para este blog. Todos los derechos reservados.